Debemos invertir en reducir los dos mayores riesgos que enfrentan los agricultores a pequeña escala: aquellos ligados al clima, derivados del cambio climático, y aquellos ligados al mercado, derivados de la globalización. La esperanza reside en cultivos tolerantes al estrés, en planes innovadores de seguros, y en los programas públicos de bienestar y las redes sociales de protección.